Lo manifiesto de nuestra vocación

Texto Bíblico base: Mateo 5:13-20

Debemos, una vez más, resaltar la misma sencilla verdad que compartíamos ayer al reflexionar sobre la sal. Cristo no está indicando que el discípulo debe producir luz para que los hombres lo vean. Está declarando que somos la luz. «Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.» Es decir, lo único que podemos hacer es frenar la manifestación de la luz en nuestras vidas, pero no la podemos producir.

Esto claramente indica que la luz emana de la presencia de Cristo en nosotros. No podemos nosotros producir esta luz de nuestra propia voluntad, ni tampoco podemos decidir de qué manera obra en nosotros. Más existe en nosotros una tendencia a querer esconder aquello que el Señor quiere manifestar. Incluso algunos «cristianos» han sido parte de una organización o una empresa durante años sin que nadie se entere de que son discípulos de Jesús. Jesús señaló de modo enfático que una ciudad asentada sobre un monte no puede ser escondida. Resulta literalmente imposible que otros no la vean. Del mismo modo, no puede existir tal cosa como un seguidor de Cristo «escondido». Nos vemos obligados a concluir que tal persona nunca ha tomado una decisión seria de identificarse con él.

Las palabras de Cristo indican cuan visible es la vida del discípulo. No es discípulo de a ratos, manifestando su devoción en los momentos reservados para esto. Su pasión por Jesús permea todos los aspectos de su vida, de modo que se hace evidente en cosas tan insignificantes como su conversación, su manera de vestir o el uso de su tiempo libre. En todo se nota que sigue a uno que está sujeto a parámetros que claramente contradicen los valores de este mundo.

En la segunda parte de su enseñanza Cristo declara que «no se enciende una luz y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en casa». Debemos entender en esto que existe una alusión a los deseos más profundos de Dios, ya que claramente no poseemos en nosotros mismos la capacidad de producir luz. De hecho, el apóstol Pedro explica que la iglesia es «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pe 2.9). Su declaración señala con claridad la misma verdad que Jesús comparte en el texto de hoy: el Padre nos ha llamado a luz con un propósito en mente y es que revelemos la identidad de la fuente de la luz que brilla en nosotros. Esto es una parte esencial de lo que significa ser un discípulo y no podemos vivir sin asumir este aspecto de nuestra identidad como Hijos de Dios.

Lea el versículo 16. En vista de lo que hemos compartido juntos en esta reflexión, ¿cómo podemos practicar nuestro rol de iluminar en los lugares de oscuridad?, ¿qué relación tiene el acto de iluminar con las buenas obras?, ¿cuál debe ser el resultado de la luz que resplandece en nosotros?



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