Si tocare tan solo su manto…

La fe desprende un elixir de ilusión cuando todo parece estar en nuestra contra.


Fe. Precioso don que opera cuando las cosas se ponen feas.

Buscamos por entre la espesa bruma de la aflicción ese rayo de esperanza que nos dé el consuelo necesario. La fe desprende un elixir de ilusión cuando todo parece estar en nuestra contra.

La enfermedad te lleva al desánimo, a ver pasar los días sin descubrir nada de mejora en tu cuerpo. Estás cansada/o de sentir siempre el mismo y constante dolor, ese resquemor dañino que hace que tus fuerzas queden mermadas, casi ausentes.

En medio de la angustia recurres al la Palabra y de forma mágica, como si nunca lo hubieses leído, encuentras ese pasaje donde aparece una mujer plagada de fe. Una mujer luchadora que tras años de padecimiento decide de forma osada acercarse al maestro y en un arranque de convicción tocar el borde de su manto.

No tenía nada que perder y confiadamente se allega a Jesús con la premisa de que podía ser sanada. (Mt 9:20-22)

Dicho y hecho. Su fe no sólo la sanó, la salvó.

Al releer estos versos me golpea la idea de mi reducida capacidad para creer. Hablo de un Dios vivo, sanador, salvador, redentor. Un sublime Dios misericordioso, poderoso en batalla…

Pero cuando me visita la adversidad, tiemblan los cimientos de mi casa, demudo mi rostro y torpemente me dejo zarandear por los vientos contrarios.

Hoy de nuevo descubro al Dios sorprendente, me ha visitado en forma de pasaje, regalándome la promesa de que si soy capaz de dejar a un lado mis temores y me atrevo a mezclarme con la muchedumbre para tocar el borde de su manto, Él se encargará del resto.