
No entendemos por qué Dios permite ciertas situaciones, por qué nos lleva al desierto y una vez allí nos abandona.
Giramos en torno a interrogantes. Esos dolorosos ¿por qué? a los que todos sometemos a Dios sin saber cuál es el verdadero sentido de su silencio.
Agotamos las fuerzas buscando una rendija de luz, un instante de sagacidad que nos muestre la razón de tanto padecimiento.
No entendemos por qué Dios permite ciertas situaciones, por qué nos lleva al desierto y una vez allí nos abandona.
Es cierto que los pensamientos de Dios no son los nuestros. Él va por delante, abriendo sendas donde no existen, allanando el terreno que posteriormente ha de pisar nuestros pies.
Giramos en torno a interrogantes. Esos dolorosos ¿por qué? a los que todos sometemos a Dios sin saber cuál es el verdadero sentido de su silencio.
Agotamos las fuerzas buscando una rendija de luz, un instante de sagacidad que nos muestre la razón de tanto padecimiento.
No entendemos por qué Dios permite ciertas situaciones, por qué nos lleva al desierto y una vez allí nos abandona.
Es cierto que los pensamientos de Dios no son los nuestros. Él va por delante, abriendo sendas donde no existen, allanando el terreno que posteriormente ha de pisar nuestros pies.
Pero a menudo, ante la soledad y la amargura que acompañan al sufrimiento, sentimos nostalgia del Padre. Parece como si de pronto él se alejara de nuestro dolor y decidiera guardar un silencio que nos resulta agonizante.
Y es ahí, en ese preciso momento en el que las miles de preguntas se izan hacia el cielo, cuando Él nos aplica el bálsamo sanador. Extiende sus brazos envolviéndonos de una forma inefable, haciéndonos comprender que sabe lo que hace.
Ahí estaba Job. Coronado de sufrimiento, aislado, abandonado, incomprendido.
Ahí estaba. Siendo atosigado por los reproches de aquellos que simbolizaban la amistad. Quebrado al desconocer la causa de tanto tormento.
Job tuvo su recompensa. Dios restauró todo aquello que le fue arrebatado.
Y bendijo Dios el postrer estado de Job más que el primero…
Y bendecirá Dios nuestro postrer estado dándonos más de lo que teníamos.
Y será tan grande su bendición, que asombrados comprobaremos que realmente todo lo que Él hace tiene sentido, que el sufrimiento nos hace estar mucho más cerca de las alturas, despojándonos de la herrumbre, purificando nuestros corazones para convertirlos en un espejo donde se vea reflejado el rostro de Dios.
Y es ahí, en ese preciso momento en el que las miles de preguntas se izan hacia el cielo, cuando Él nos aplica el bálsamo sanador. Extiende sus brazos envolviéndonos de una forma inefable, haciéndonos comprender que sabe lo que hace.
Ahí estaba Job. Coronado de sufrimiento, aislado, abandonado, incomprendido.
Ahí estaba. Siendo atosigado por los reproches de aquellos que simbolizaban la amistad. Quebrado al desconocer la causa de tanto tormento.
Job tuvo su recompensa. Dios restauró todo aquello que le fue arrebatado.
Y bendijo Dios el postrer estado de Job más que el primero…
Y bendecirá Dios nuestro postrer estado dándonos más de lo que teníamos.
Y será tan grande su bendición, que asombrados comprobaremos que realmente todo lo que Él hace tiene sentido, que el sufrimiento nos hace estar mucho más cerca de las alturas, despojándonos de la herrumbre, purificando nuestros corazones para convertirlos en un espejo donde se vea reflejado el rostro de Dios.