¡Yo!... ¿Yo?... yo


Uno de los significados de la palabra “yo” que nos da el Diccionario es: “Lo que constituye la individualidad. Apego a sí mismo, egoísmo”

Y de allí solemos provocar el “yoísmo” que es colocarnos continuamente delante de nuestras expresiones verbales... cuando deseamos “mostrarnos”, dar la impresión que somos importantes o sabemos mucho...

En 1 Corintios 8:1-3 leemos algo sumamente interesante:

* “En cuanto a lo sacrificado a los ídolos, sabemos que todos tenemos conocimiento. El conocimiento envanece, pero el amor edifica. Y si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo. Pero si alguno ama a Dios, es conocido por él”



¡Creer que sabemos algo puede llevarnos a niveles insospechados de vanidad!

* "Mucho más que los intereses, es el orgullo quien nos divide" (Auguste Comte)
* "Aquel que es demasiado pequeño, tiene un orgullo grande" (Voltaire)
* "Hay que dejar la vanidad a aquellos que no tienen otra cosa para exhibir" (Honoré de Balzac)

¿Qué es más importante? ¿Saber nosotros o que Dios nos conozca profundamente? ¿Amamos a Dios? Sepamos entonces que Cristo nos amó mas allá de lo imaginado, según leemos en Efesios 3:19...

* “Y de conocer el amor de Cristo, que excede todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”

Ahora bien, hay algo de lo cual deberíamos “llenarnos a rebosar”

* “Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual” (Colosenses 1:9)

Y, al conocer Su Voluntad nos enfrentamos a alguna responsabilidad ante los demás:

* “Pero mirad que esta libertad vuestra no venga a ser tropezadero para los débiles. Porque si alguno te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un lugar de ídolos, la conciencia de aquel que es débil, ¿no será estimulada a comer de lo sacrificado a los ídolos? Y por el conocimiento tuyo, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió” (1 Corintios 8:9-11)

Las cuatro reglas matemáticas son: Sumar, restar, multiplicar y dividir.

Como hijos de Dios: asistentes a una iglesia, miembros de una congregación, o participantes de algún ministerio indefectiblemente operaremos en alguna de ellas

Podemos sumar con nuestro trabajo y esfuerzo... o podemos restar con nuestra negligencia...

Podemos multiplicar con nuestro testimonio... o podemos dividir con nuestros errores...

Dios nos dice en Filipenses 4:17:

* “No es que busque dádivas, sino que busco fruto que abunde en vuestra cuenta”

Recordemos: El objetivo debería ser: Amar al Señor y Sumar en su Obra...


Fuente: daresperanza.com.ar