
Acá es donde se deja ver bien lo que movía el corazón del rey Ezequías. Podría haber optado por muchos caminos: rendirse, confiar en la ayuda de Egipto, confiar en la fortaleza de sus murallas.
Pero el rey, al oír esto hizo dos cosas. Primero, con señales evidentes de dolor se dirigió al templo del Señor, dónde era el lugar para la adoración. No se encerró en su palacio, no, fue hacia su Dios ( 2 Reyes 19.1) Eso mismo hizo cuando el enemigo le envió otra carta amenazante. Ezequías se fue, con la carta en la mano hacia el templo, para orar, pidiendo que Dios mismo los defendiera (19.8-19). Acá tenemos otra vez un ejemplo claro de la dependencia a la que el rey se había sometido para con Dios. No hizo nada de lo que se podrían decir “medidas humanas”. Por el contrario, él sabía que la solución vendría de la mano de su Dios.
La segunda cosa que hizo fue llamar al profeta Isaías (19.2-5) El profeta era el que tenía a su cargo dar la Palabra de Dios al pueblo, así que cuando el rey lo llama es porque está interesado en ver que es lo que Dios le va a contestar en respuesta a sus oraciones. Quiere escuchar la voz de Dios.
Y esto nos muestra que la manera correcta es, ante la presencia del conflicto, antes que hacer nada, los hijos de Dios deberían orar por socorro y luego esperar la respuesta de Dios. Es algo que nos cuesta en estos tiempos de tanta velocidad, pero es la mejor respuesta que le podemos dar a nuestros conflictos.
En la práctica: ¿Cuál es tu primera reacción ante las dificultades? ¿Qué lugar ocupa en esos momentos el buscar la dirección de parte de Dios a través de su Palabra?