Fuera de la Tumba


Hacía cuatro días que el lugar era sólo silencio. Nada había cambiado, salvo quizás que la atmósfera de encierro y el olor a muerte iba creciendo. Nada presagiaba que la situación fuera a cambiar; al fin y al cabo, morir es una experiencia común a toda la raza humana y, de darse cambios dentro de la tumba, siempre serán para peor.
Pero de pronto, un cambio, alguien mueve la piedra que hacía las veces de sello al sepulcro, la luz entra luego de cuatro días de oscuridad. ¿Será que alguien más ha muerto? Luego esa voz, autoritativa que llama (y que cuando llama ni la muerte puede detener) “¡Lázaro, ven fuera!” Y sucede lo impensado, la muerte da marcha atrás y entrega a su víctima. Lázaro sale fuera de su tumba y empieza toda una vida de nuevas posibilidades. Atrás quedó el dolor, la agonía y la soledad de la tumba. Por delante una nueva vida, gracias al poder de su Amigo.


Sin duda que la resurrección de Lázaro es el milagro más portentoso que tenemos registrado en nuestras Biblias. El Señor resucitando a una persona que llevaba cuatro días muerta. Allí donde todo parecía indicar que no había chances para la vida, Jesús, por el sólo poder de su palabra puso vida otra vez.
La Biblia afirma que Jesús no cambia (Hb 13.8), lo que significa que su poder no ha menguado y que él aún es capaz de revivir lo que se ha muerto. Y no hablo sólo de resurrecciones físicas (que ya no se oiga de ello no implica que Jesús haya perdido poder) sino de también de dar nueva vida a lo que se ha muerto dentro del ser humano.
Nuestra sociedad se va asemejando cada vez más a una tumba donde yacen la fe y la esperanza de la humanidad, sepultadas bajo el peso del pecado. Las barreras entre lo malo y lo bueno son cada vez más tenues y difusas y casi nadie ve una salida a esto. No hay leyes que los gobiernos puedan emitir, ni iniciativas privadas que frenen la muerte en nuestro medio. En ese medio ambiente el único que puede traer vida es Cristo. Lo hace transformando a las personas, dándoles una nueva luz y poniéndolos en relación con el Padre.
Pero, para finalizar, aún puede haber cosas muertas dentro de los mismos hijos de Dios, cosas que el pecado, las pruebas o las circunstancias han marchitado en su interior. Si asisten a los cultos es por costumbre, pero ya no se sabe porque se canta lo que se canta, ni la Palabra de Dios hace efecto en los corazones. No es el caso de cada creyente, pero si de muchos (quizás más de los que pensamos) ¿Qué es lo que les falta? Volver a dejar que Cristo sea una presencia viva en sus vidas, iluminando cada rincón, cada espacio, poniendo vida otra vez, allí donde hay algo muerto. Necesitan abrir la puerta de su corazón para que la luz de Cristo los ilumine otra vez. No importa lo imposible que parezca que vuelva a haber verdor donde hoy hay desierto, el que dijo “¡Voy a hacer algo nuevo! Ya está sucediendo, ¿no se dan cuenta? Estoy abriendo un camino en el desierto y ríos en lugares desolados” (Is 43.19) ese mismo Dios está esperando para volver a poner vida allí donde ahora parece sólo haber vacío.

“Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿CREES ESTO?” Jn 11.25, 26

Por Marcos Felipe