En marcha otra vez


Busqué en el diccionario que tengo en casa la palabra “desánimo” y (virtud de todos los diccionarios), me llevó al verbo “desanimar” cuya definición es: “desalentar, quitar ánimo”. Fui a buscar la palabra “ánimo” para saber que es lo que quitaba el desánimo y encontré que ánimo significa: “alma o espíritu, principio de la actividad humana. Valor, esfuerzo, energía/ intención voluntad”
Como no puede ser que el desánimo nos quite el alma o el espíritu, me doy cuenta que el desánimo es algo que quita las fuerzas, las energías y disminuye nuestra voluntad. Es decir es algo que nos deja casi en un estado de parálisis volitiva, con pocas o ningunas de las ganas que antes teníamos para realizar cosas. Nos roba la alegría de disfrutar de lo que hacemos, ya que todo nos parece una carga demasiado grande. Puede aparecer por diferentes causas, como el pecado propio, el no tener resultados en lo que se hace, desilusiones u otras varias.
El cristiano puede llegar a desanimarse. El siervo de Dios no está exento de esta eventualidad. Moisés conoció el desánimo, lo mismo que David, que Pablo y otros tantos. Hoy, de manera muy breve veremos a otro hombre de Dios que se desanimó, Elías, y como Dios lo levantó para que volviera a ser el mismo de antes.


El relato lo encontramos en 1 Re 19.1-18. El profeta venía de grandes victorias: había profetizado que no llovería por un tiempo largo y así fue; luego tuvo un triunfo impresionante delante de los profetas de Baal, hecho que provocó que toda una multitud aclame el nombre de Dios; por último oró y volvió a llover. Es decir que, ministerialmente hablando, estaba en la cima, en el mejor momento de su ministerio y era claro que Dios lo usaba de una manera especial.
Ahora bien, el desánimo y la huída (fruto esta última del primero, que nos hace huir de lo que nos hace bien) se dan luego de una carta de la infame reina Jezabel, donde le decía que lo quería matar. Suena extraño que tan poderoso hombre de Dios se conmueva ante la amenaza de una mujer que no conocía el poder de Dios. Pero así opera el desánimo, basta lo mínimo para hacer caer al más grande.
Entonces vemos la huida de Elías hacia el sur, hacia el desierto (19.3, 4) Allí observamos todos los síntomas que se presentan cuando uno está muy desanimado: huida, cansancio, deseos de que todo termine, ningún deseo de servir a Dios (3-5) a eso podemos sumar el hecho de esconderse en una cueva, Todo eso nos marca un panorama bastante desalentador de este siervo que, días antes, era un siervo usado por el poder de Dios. Lo que me interesa es ver que es lo que Dios hace para que el profeta se ponga otra vez en marcha.
Primero lo acompaña (5) pues al mandar un ángel a su lado, le está asegurando su propia compañía. Nunca perdamos de vista que en medio de nuestros peores momentos, Dios sigue estando allí, y a veces esa compañía se hace presente por medio de hermanos que están ahí para fortalecernos, a veces sin decir mucho, sólo con su compañía.
Segundo, lo llama a alimentarse (5-8) para que pueda tener fuerzas para lo que sigue. Recordemos que Dios es el único que puede quitarnos la vida, por lo tanto, tengamos cuidado, por más grande que sea el desánimo, de no querer ponernos en lugar de Dios. Él está a nuestro lado y quiere que recordemos quien es el que determina nuestro curso.
En tercer lugar, lo guía hacia el lugar donde Él pueda hablarle. En medio de tu desánimo, tómate el tiempo para escuchar atentamente, porque Dios quiere seguir hablándote y para ello, muchas veces te conduce (aún sin tus ganas de por medio) al lugar donde te va a hablar, es decir, frente a su Palabra.
En cuarto lugar, lo interroga para que el profeta mismo declare cual es su situación (9-10) En el caso del profeta, su respuesta muestra que no quería decir que es lo que realmente sentía, ya que da una excusa poco creíble “he sentido un vivo celo por Jehová” antes de hacer notar que tenía miedo. Nosotros también podemos darle vueltas a Dios, pero él realmente conoce que es lo que nos pasa y cual es el remedio.
Quinto, Dios mismo se le manifiesta al profeta desanimado (11-12) y no lo hace en medio de estruendosas exhibiciones de poder, sino mediante el “silbo apacible”. El corazón del profeta sería movido, no a fuerza de gritos, sino de la calma y la paz del Dios que lo ama. Y Dios, que nos conoce, sabe que en ese estado, no necesitamos más que oír su voz su silbo apacible para recobrar fuerzas.
Sexto, Dios vuelve a interrogar al profeta, quien vuelve a responder de la misma forma que anteriormente. Ahora, Dios no le sugiere un remedio a su situación, sino que ahora sí, lo manda a trabajar otra vez (15-17) Dios no lo quería al profeta lamentando su triste situación por siempre. Ahora que él había sido testigo de los cuidados y del poder de Dios, debía ponerse en marcha. Nosotros también, una vez que entendimos que Dios está de nuestro lado, no debemos poner más excusas y debemos estar dispuestos a seguir en la obra de Dios.
Por último, Dios le asegura al profeta que no está sólo en esta lucha. Eso refuerza su ánimo y le demuestra que su carga es compartida por otros. No hay nada tan triste como estar sólo en medio de nuestras dificultades. Por eso es que Dios nos hizo vivir en comunidad, para que podamos llevar los unos, las cargas de los otros.
Esta acción de Dios hizo que el profeta saliera de su desánimo y volviera a ser el siervo poderoso que había sido antes. Y quizá te está llamando para que, si tu caso es el de alguien que está desanimado, puedas salir otra vez a combatir de la mano del Señor. Aún cuando estés huyendo, él está con vos y te espera para bendecirte con la certeza de su presencia y con su ánimo, pues él te llamó para que vivas en poder y victoria.
“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder. De amor y de dominio propio” 2 Ti 1.7