Sensibles ante el dolor


Una de las cosas que identifica a algo que esta muerto es su falta de sensibilidad. En especia, hablando de seres humanos o de animales, nada que se le haga a un cadáver nos dará como resultado reacción alguna de parte de éste. El cerebro ha dejado de funcionar, al igual que las terminales nerviosas que le llevan la información referente al dolor. Lo que antes era vida, ahora se ha transformado en muerte e insensibilidad.

Hace pocos días un hombre perseguido por la justicia se quitó la vida delante de las cámaras, para consternación de todos los que se hallaban presentes. No pude ver la nota en vivo, pero ayer el canal de noticias que tuvo la primicia, pasó la noticia a horario nocturno, así que, el que quería podía ver la repetición de tan lamentable hecho, como si se tratara de la repetición de los goles de la fecha del torneo local. El canal que transmitía la noticia se caracteriza por tener las primeras imágenes de accidentes y de cualquier noticia sangrienta y la gente ya se ha ido acostumbrando a ver la sangre y el dolor humanos entre el sorteo de la Lotería nacional y el último escándalo del mundo de la “farándula” local. Es decir, que ya estamos acostumbrados a ver el dolor de otros y las tragedias de los demás como un ingrediente más de nuestro divertimento diario. De esa manera, la sociedad toda se ha ido insensibilizando ante el dolor y; poco a poco, muestras tantos signos vitales como un muerto


¿Y que hay de nosotros los que somos cristianos? ¿Cómo reaccionamos ante esta espantosa exposición del dolor humano? ¿Cuál es nuestra mirada ante el dolor ajeno?

Hay una canción, que solemos cantar en nuestros cultos que dice:
“Ayúdame a mirar con tus ojos, yo quiero sentir con el corazón. No quiero vivir más siendo insensible, ¡Tanta necesidad, oh Jesucristo!”

Y creo que en esa canción damos justo con lo que tendríamos que adoptar para nos ser insensibles ante el dolor ajeno: aprender a mirar al mundo y su dolor como Jesucristo lo veía. Para esto, basten dos citas: Marcos 6.34 y Mateo 23.37-39
Dolor por verlos sin rumbo:

Creo que esto resumiría bien la clase de mirada que Jesús nos muestra en el pasaje de Marcos. Él veía que la gente, aún los que lo seguían, eran personas carentes de toda orientación. Al mismo tiempo los veía frágiles y a merced de los peligro, como frágiles son las ovejas ante el león. Y nosotros, al mirar las masas de gente, tendríamos que tener esta clase de mirada. No tenemos que pensar “¡Están perdidos y no hay nada que hacer!”, Si no que tendríamos que pedirle al Señor que nos guíe para no ser insensibles ante el sufrimiento ajeno (muchos de los que te rodean sufren, eso es seguro). No sólo eso, sino que tendríamos que pedirle que nos muestre que es lo que podemos hacer para aliviar en algo el dolor de los demás. Jesús no se quedó con mirar con compasión, sino que fue más allá y empezó a hacer algo por ellos.
¿Cómo mostramos nuestra sensibilidad por los demás?
Dolor por verlos de espaldas a Dios:

Eso es lo que nos muestra la segunda cita. Jesús miró hacia Jerusalén y le dolió en su corazón el ver como esa ciudad, que debería ser la ciudad de Dios, se había apartado del que la amaba.
Jesús no se quedó con esa impresión de dolor, sino que le anunció a la ciudad cual sería su triste destino, pero, inmediatamente en el vs 39, le anuncia que hay una posibilidad de bendición, sólo si la ciudad se volvía a Dios. Y nosotros, que poseemos la luz de Cristo, no deberíamos ser tan insensibles de dejar de anunciarles a los que nos rodean, que darle la espalda a Dios tiene consecuencias y que, para poder tener esperanzas ciertas, tienen que volverse de lleno a Dios.

Que como cristiano, deseemos mirar como Cristo miró y actuar como Cristo actuó ante el dolor de otro. Eso nos demandará sacrificios, pero si lo hacemos, estaremos siguiendo los pasos de aquel que no sólo tuvo compasión por vos y por mí, sino que se sacrificó hasta lo sumo por nuestro bienestar. Para eso fuimos salvados.

Por Marcos Felipe